sábado, 7 de mayo de 2011

"NO SABE SI PUEDE"



Le vieron subirse al tren con dirección a la capital. Cogería un avión a América. Un avión en tiempos en que casi todos huían en barcos, pero ella tenía aquella oportunidad y no pensaba dejarla escapar. Quería dejar atrás el hambre, el deseo de tener algo y no poder. Quería que lo que le faltaba por vivir -tenia apenas 23 años- fuera distinto y mejor. Y así fue.
No sabia ni siquiera cuantas horas duraría el vuelo. Sabía que era largo, pero no le importaba. Se extrañó de que en cada escala, que fueron muchas, el aspecto de la gente iba cambiando. Cada vez veía mas gente de raza negra. Quizás había visto alguno en la ciudad donde vivía y trabajaba pero con toda seguridad nunca había visto tantos juntos. Cada aeropuerto era un gran descubrimiento. Tenia miedo pero se sentía feliz.
Llegó y le costó amoldarse a las nuevas costumbres, a nuevas formas de ver la vida. A vivir sin frío. A tener televisión. Descubrió tambien que los coches tenían radio y nada mas subirse alguno lo primero que hacía era encenderla.
Vivió sonriendo y llorando con la brisa que bajaba de la montaña verde y sabiendo que el Mar caribe estaba allí detrás de aquella montaña. Pasaron veinte años hasta que pudo volver al lugar donde había nacido. Un lugar que ya se le hacía extraño. Todo había cambiado tanto. Habían muerto sus padres, algún hermano y amigos en aquel lapso de tiempo y decidió que su vida ya no estaba en esas calles y volvió al calor del sol y al agua templada del mar.
Ahora, después de pasar otros veinte años, ha vuelto. Pensó que de mayor estaría mejor en un lugar menos violento para vivir, pero se le hace difícil. Su alma pertenece a dos sitios y no sabe como dividirla. No sabe si puede. No sabe si quiere.
A veces cuando escucha alguna canción de los años cincuenta, algún bolero de desgarro caribeño, llora. Las canturrea tratando de recordar las letras mientras llora. También se ríe cuando sus amigas no entienden la mitad de las palabras que se utilizan en las telenovelas o programas importados de "allí" y ella les explica, como quien habla otro idioma y traduce. A veces no encuentra traducción exacta. Significados que no se pueden explicar del mismo modo que le cuesta explicar lo que siente cuando se ve en alguna foto blanquinegra de otras épocas, en aquel lugar maravilloso. Allí fue feliz. Fue duro pero mereció la pena.

sábado, 30 de abril de 2011

"SUSTO DE MUERTE"


Decidimos bajar andando por el Boulevard. La Oficina del Registro Civil quedaba un poco lejos, pero el sol brillaba y la temperatura había subido. Era un invierno duro, mas frío que otros anteriores, así que ir paseando era la mejor opción.O la mas simple.
Había mas gente de lo habitual en la calle aquella mañana. Parecía que todos habíamos pensado lo mismo, hasta el gato de un entresuelo se había subido a la ventana y miraba a la gente pasar, como si detallara las costuras de los zapatos, moviendo su cabeza a cada sonido de un nuevo paso junto a la verja, mientras el sol iluminaba sus ojos amarillos.
De pronto una señora llamó nuestra atención pidiendo que le ayudaramos. Algo sucedía en un banco del boulevard. Un señor bastante mayor parecía haberse quedado dormido y se resbalaba del asiento. "Estaba sentada a su lado y de pronto se ha empezado a inclinar. Creo que está desmayado" nos dijo. Nos apresuramos a ayudarle y tratamos de enderezarlo. "Abuelo, está bien? ¿Se ha quedado dormido?". No respondió. Se aferraba a su andadera hasta el punto de que mientras lo acostabamos en el banco no la soltó. Él abrió un poco los ojos pero no atinó a decir nada. Su color era de un pálido especial. Sus labios casi no se distinguían del resto de la piel de la cara. El mismo color que tenían sus manos apretando con fuerza la andadera.
Una chica, que también caminaba al sol, se acercó y cogió su mano con un cariño y una dulzura extrema. El abuelo le sonrío y se quedó mirando fijamente sus ojos. Ella le decía cosas tiernas con una voz suave mientras él la miraba, como hipnotizado. Todos a su alrededor estábamos absolutamente nerviosos y preocupados, pero el Abuelo no. El abuelo sonreía plácidamente, creo que hasta tratando de tranquilizarnos. Como dando una lección de vida a todos, mientras la chica dulce acariciaba su rostro y sus manos.
Alguien llamó a la ambulancia, que llegó enseguida. La chica le dijo en voz baja si quería que avisaran a alguien y él dijo que si, que avisaran a su esposa. Una vecina, que los conocía ya lo había hecho.
Cuando los paramédicos empezaron a atenderle todos creímos que era mejor retirarse. Nos miramos a los ojos con la sensación de que todos estabámos pensando lo mismo. Todos teníamos el mismo extraño presentimiento. Ya no podíamos hacer nada allí. Todo estaba hecho.
Tratamos de seguir con nuestra caminata hacia el Registro, pero ya no era igual. Aquel abuelo y aquella chica nos habían conmovido profundamente.
El sol se había transformado en una especie de ventana a la que uno se asoma con los ojos cerrados.
Hablamos de la mujer del abuelo. En el desasosiego que seguramente había sentido. Pensamos que quizás ella también tendría aquella mirada y aquella sonrisa que no era sonrisa. Era tranquilidad, era aceptación, era sabiduría.
Yo solo deseaba que aquella señora tuviera la suerte de conseguirse en aquel momento con una persona dulce, que le susurrara cosas bonitas. Que le acariciara la cara y las manos y le ayudara a quitarse aquel susto.
Sin duda, un susto de muerte.

domingo, 24 de abril de 2011

"SOLO"


Escuchó el ruido seco al cerrarse la puerta detrás de él. Dió dos pasos, sólo dos, y se detuvo en el pasillo. No pensaba en nada, sólo miraba el salón, el comedor...el balcón. Dejó pasar un rato. Corto. Pero no escuchó nada. Una extraña sensación se apoderó de él al darse cuenta, otra vez, de que estaba sólo.
Paul había salido temprano, había cogido el autobús para ir al centro. Pero allí en el pasillo de su casa recapacitó en el hecho de que había salido sin tener a donde ir. Lo había hecho por costumbre, como lo hacía casi siempre.
Sus ojos enfocaron el suelo, específicamente las ranuras entre tabla y tabla del parqué, pero no por alguna razón concreta. Era la forma en que Paul viajaba hacia su interior. Era la forma en que Paul buscaba las razones de aquel silencio. Era su forma de dar la bienvenida a uno de esos momentos en que todo parecía absurdo y triste. Triste e inexplicable.
Trató de que aquel momento pasara lo mas rápido posible. Respiró profundo. Cerró los ojos y pensó que sería sencillo recordar algo agradable que le habría pasado aquel día, como le habían recomendado hacer. Pero no recordó nada. Por mucho que se esforzó, por mucho que trató de repasar todo el trayecto desde su casa hasta el centro en el autobús, la caminata por la calle peatonal, el paseo por los jardines llenos de perros jugando a perseguirse y a pelearse, la vuelta a casa. Solo sentia un peso extraño en el aire. Un peso que parecía haber aumentado con el ruido de la puerta.
Paul sintio que su cara se escurría. Que los músculos de su cara se estiraban hacia abajo al mismo tiempo que sus ojos se abrían, como tratando de ver en la oscuridad aunque la luz estaba encendida.
Paul empezó a llorar. Sin quererlo. Sin ni siquiera pensar en la posibilidad de llorar. Sin ni siquiera sentir que tenía una buena razón para hacerlo. No movió sus brazos, ni su columna se corvó hacia adelante, ni colocó sus manos en la cara. Las lágrimas salían de sus ojos sin grandes aspavientos. Sabía que nadie le miraba y dijo en voz alta "Ay Paul...". Y continuó escrutando las paredes. Los bordes de las baldas y las esquinas oscurecidas del techo.
Ese día, mientras lloraba, descubrió que hablaba solo. Que muchas veces a lo largo del dia discutía con él mismo por algún objeto que no encontraba o por el agua caliente que no terminaba de salir en la ducha. Que iba enumerando a viva voz los ingredientes de la receta que preparaba para comer y que luego, después de sentarse en la mesa se felicitaba por lo bien que había quedado. O como podría haberlo hecho mejor. Se consultaba a si mismo en que recipiente guardaría las sobras.
Se sintió tonto al darse cuenta de que se hablaba a si mismo en voz alta y se sonrió al mismo tiempo que lloraba.
Pasó, ahora si, sus manos por la cara, espantando las lagrimas y se sentó en el sofá. Encendío un cigarrillo y pensó en planear que hacer al día siguiente.
Con la mirada fija en las ranuras del suelo decidió que se levantaría temprano, se afeitaría. se pondría el jersey rojo que tanto le gustaba y cogería el autobús al centro.
Paul se sintió reconfortado al darse cuenta de que ya tenia planes para la mañana siguiente.
"Iré al centro" dijo. Y volvió a sonreír , mientras aplastaba la colilla en el cenicero, al darse cuenta, otra vez, de que pensaba en voz alta.