sábado, 30 de abril de 2011

"SUSTO DE MUERTE"


Decidimos bajar andando por el Boulevard. La Oficina del Registro Civil quedaba un poco lejos, pero el sol brillaba y la temperatura había subido. Era un invierno duro, mas frío que otros anteriores, así que ir paseando era la mejor opción.O la mas simple.
Había mas gente de lo habitual en la calle aquella mañana. Parecía que todos habíamos pensado lo mismo, hasta el gato de un entresuelo se había subido a la ventana y miraba a la gente pasar, como si detallara las costuras de los zapatos, moviendo su cabeza a cada sonido de un nuevo paso junto a la verja, mientras el sol iluminaba sus ojos amarillos.
De pronto una señora llamó nuestra atención pidiendo que le ayudaramos. Algo sucedía en un banco del boulevard. Un señor bastante mayor parecía haberse quedado dormido y se resbalaba del asiento. "Estaba sentada a su lado y de pronto se ha empezado a inclinar. Creo que está desmayado" nos dijo. Nos apresuramos a ayudarle y tratamos de enderezarlo. "Abuelo, está bien? ¿Se ha quedado dormido?". No respondió. Se aferraba a su andadera hasta el punto de que mientras lo acostabamos en el banco no la soltó. Él abrió un poco los ojos pero no atinó a decir nada. Su color era de un pálido especial. Sus labios casi no se distinguían del resto de la piel de la cara. El mismo color que tenían sus manos apretando con fuerza la andadera.
Una chica, que también caminaba al sol, se acercó y cogió su mano con un cariño y una dulzura extrema. El abuelo le sonrío y se quedó mirando fijamente sus ojos. Ella le decía cosas tiernas con una voz suave mientras él la miraba, como hipnotizado. Todos a su alrededor estábamos absolutamente nerviosos y preocupados, pero el Abuelo no. El abuelo sonreía plácidamente, creo que hasta tratando de tranquilizarnos. Como dando una lección de vida a todos, mientras la chica dulce acariciaba su rostro y sus manos.
Alguien llamó a la ambulancia, que llegó enseguida. La chica le dijo en voz baja si quería que avisaran a alguien y él dijo que si, que avisaran a su esposa. Una vecina, que los conocía ya lo había hecho.
Cuando los paramédicos empezaron a atenderle todos creímos que era mejor retirarse. Nos miramos a los ojos con la sensación de que todos estabámos pensando lo mismo. Todos teníamos el mismo extraño presentimiento. Ya no podíamos hacer nada allí. Todo estaba hecho.
Tratamos de seguir con nuestra caminata hacia el Registro, pero ya no era igual. Aquel abuelo y aquella chica nos habían conmovido profundamente.
El sol se había transformado en una especie de ventana a la que uno se asoma con los ojos cerrados.
Hablamos de la mujer del abuelo. En el desasosiego que seguramente había sentido. Pensamos que quizás ella también tendría aquella mirada y aquella sonrisa que no era sonrisa. Era tranquilidad, era aceptación, era sabiduría.
Yo solo deseaba que aquella señora tuviera la suerte de conseguirse en aquel momento con una persona dulce, que le susurrara cosas bonitas. Que le acariciara la cara y las manos y le ayudara a quitarse aquel susto.
Sin duda, un susto de muerte.

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